«¿Qué buscas?» se ha convertido en una pregunta protocolar en el mundo de las dating apps y de las primeras citas con desconocidos.
A mí me lo han preguntado muchas veces —una que ya tiene su experiencia, oye— y no siempre he contestado de la misma manera. He dado respuestas ingeniosas, divertidas, otras más serias, algunas picantes, muchas esquivas, pero nunca he dado, al menos no inicialmente, esa respuesta larga y reflexiva que siento que se acerca más a la verdad. Aquí, que tengo espacio y me siento en confianza, voy a tratar de ser lo más precisa posible.
Cuando pienso en lo que busco, imagino que es domingo en la mañana, que estoy en bata, que no hace ni frío ni calor y que me despierto sin sueño en sus brazos. Imagino risas, desperezamientos y besos sin lengua —no soy fan de la textura pastosa de las bocas en la mañana—. También imagino café con leche y tostadas con aceite, lomo y tomate.
Abrir el balcón y mirar a la gente que pasa por El Porvenir —ya puesta a imaginar, imagino bien—, sin que ellos puedan vernos a nosotros. Fantaseo con intuir sus vidas como un juego.
Que suene En la imaginación o Boleros Filin de principio a fin y en orden, como se escuchan los álbumes en los tocadiscos. Regar los geranios, leer a Bobin, conversar, preparar la comida, hacer el amor, dormir la siesta y habitar con lentitud.
Imagino que le gusto y que él me gusta a mí. Fantaseo con nuestros rituales íntimos, con un lenguaje cómplice y con juegos secretos. Fantaseo mucho con el juego. Imagino que me coge de la mano cuando vamos al Avenida a ver una película y que me besa —ahora sí, con lengua— siempre que se cierran los semáforos. Tirarnos fotos en los viajes, en la Feria, en el mismo mar cada verano, en distintos árboles cada Navidad y ver como la felicidad envejece año tras año. Creo que a esto lo llaman «el amor de tu vida».
Yo anhelo conocer esa cercanía, ese compañerismo, esa intimidad, esa clase de amor y de deseo que se construye con los años desde lo cotidiano.
No soy totalmente naive, sé muy bien que ese «amor de tu vida» viene con otras cosas no tan bonitas de enumerar. Sé que viene con manías, decepciones mutuas, familia política tóxica, amigos pesados, roces, choques, colisiones. Viene con un espejo delante de ti que muestra las sombras que no quieres ver. Y aún así lo quiero.
Pensar en no encontrar nunca al «amor de mi vida», pensar en no vivirlo, me entristece.
Podría responder entonces, cuando me pregunten, que busco al amor de mi vida. Pero no es tan sencillo como eso.
Sucede otra cosa también. Si echo la vista atrás y pienso en estos años de citas en Sevilla, de ligues, noviazgos breves, romances de temporada, amores de una noche; si pienso en estos años de vivir, explorar y aprender del amor en Sevilla no me siento triste, todo lo contrario, siento que estoy paga.
Cuando pienso en el amor EN mi vida, me doy cuenta de que me levanto los domingos descansada, remoloneo en la cama, me pongo mi bata y me preparo un desayunito rico y sano con huevos, tomate, queso y pan. Noto que me lavo el pelo con champú de coco porque me encanta el olor y porque me hace sentir isleña. Reconozco que escucho discos completos de boleros, flamenco, salsa y jazz. ¡Y canto! Canto en todas partes y a cada momento.
Yo ya riego los geranios —solo cuando me acuerdo, casi todos se me mueren—, leo a Bobin, converso, preparo la comida, hago el amor, duermo siesta y habito con lentitud.
Pienso en mis amistades y mi familia que me hacen sentir amada, celebrada y valiosa. Reconozco la suerte que tengo con ellos. Me recreo en todos los amores y amantes que he tenido y en la infinita ternura de sus gestos. Admito lo mucho que me gusta un can: pintarme los labios, clavarle la mirada a un muchacho guapo, bailar con quien me lo pida y que exista a cada momento la posibilidad de volverme a enamorar. Pienso en lo mucho que disfruto el libro que estoy leyendo (ahora mismo Voz de vieja) y en las películas y series que veo (Aún estoy aquí y Envidiosa).
Recuerdo además que soy la escritora que soñaba ser con ocho años y que gracias a la palabra he podido retratar todo mi amor por la vida y comprobar, al revisar mis libretas, como han envejecido mis penas y alegrías año tras año.
No echo en falta no haber conocido al amor de mi vida a los dieciséis, ni a los dieciocho, ni a ninguno de mis veinte.
Si pienso en lo que he encontrado en estos años y en todo lo que tengo, me nace dar las gracias.
Me gusta vivir en esta parcelita que he creado y que, aunque no tiene papeles, me pertenece. Desde este lugar, no podría decir que busco al amor de mi vida, porque desde este lugar pienso que el amor de mi vida soy yo. En mi parcela me vale cualquier historia de amor: el ligue de una noche en la Alameda, el romance de verano en Matalascañas, el viajero que se enamora de esta hermosa ciudad y de mí. Todas estas historias, si son bonitas y tienen verdad, me interesa y también las busco.
¿Cómo respondo a la pregunta entonces? ¿Qué busco realmente? ¿Puedo buscar ambas cosas o el universo (o la dinámica de las apps) te castiga si no estás centrada y eliges un solo camino?
Lo cierto es que ambas verdades conviven dentro de mí. Deseo profundamente encontrar al amor de mi vida y también reviento de alegría y gratitud al reconocer todo el amor que ya existe en mi vida. Lo busco al mismo tiempo que lo encuentro dentro de mí y en todas partes a mi alrededor.
Podría mandar el enlace a este artículo la próxima vez que me pregunten qué busco en una aplicación —aquí os lo dejo como servicio público para quien lo necesite—, pero no sé si soy de dar respuestas tan largas, al menos no inicialmente.
Aunque ustedes ya saben toda la verdad, creo que en mis aventuras sentimentales voy a seguir respondiendo que busco «coincidir». Me parece un verbo precioso que, si le echamos imaginación, encapsula que busco conocer, compartir, aprender, darme besitos, vivir romances, aprender de otras lenguas, descubrir historias, explorar el amor, el cariño, el sexo y las relaciones humanas.
Si a ustedes les apetece ver las cositas que encuentro en esta búsqueda, por favor, acompáñenme.

Natalia Peralta Rincón
Escritora dominicana o sevillana según le convenga. En las palabras ha encontrado un oficio, un hogar y una forma de monetizar sus fracasos amorosos.
@nataliaprincon